Merluzeando

Hace poco fui de vacaciones a Ibiza con un par de amigos. Después de un día de playa nos fuimos a ver anochecer al Café del Mar (que ya no es lo que era, debo decir).  Allí, entablamos conversación con dos chicas españolas. Nos caímos bien y los cinco nos fuimos al Bora Bora.  Nos emborrachamos, hicimos el loco y nos lo pasamos genial.

La noche acabó en la piscina del apartamento que habíamos alquilado. No se podía acceder a la piscina después de las diez o algo así pero saltamos la verja y nos metimos en el agua igualmente.

La piscina iluminada, nuestro pedo y dos jamonas que si habían llegado hasta ahí, todo hacía presagiar que llegarían más lejos aún.

Estuvimos chapoteando y haciendo el bobo con las chicas. A mí me dio por despelotarme y allí, bajo las luces de la piscina, mi nabo se bamboleaba y lucía hermoso para el disfrute de quién quisiera verlo. Pensé que quizás eso animara a las chicas y de pronto haríamos allí una bacanal, estaríamos todos en pelotas en la piscina haciendo el guarro. Pero no,  a las chicas y a mis amigos sólo les pareció gracioso y siguieron con los bikinis y los bañadores puestos. Yo, seguí tan normal, disfrutando de la noche en la piscina en bolas. Se estaba tan a gustito.  Siempre me ha gustado bañarme desnudo.

No os podéis hacer una idea de la desoladora imagen que se presentó ante mí cuando mi cerebro procesó toda la información que le estaba llegando a través del sentido de la vista. No sé cómo pasó, pero mis dos amigos se estaban enrollando con las chicas, cada uno en una esquina de la piscina. Y yo en el centro sin dar crédito a lo que estaba pasando.

¡¡¡Yo con el miembro al aire triste y solo, y mis dos amigos dándose el lotazo con las jamonas!!!

Las cuentas salían fácilmente: dos chicas y tres chicos. A uno le tocaba quedarse sin pareja y comerse los mocos. Y ese fui yo. El pringado, el pária, el tolai, el pagafantas, el tonto a las tres, ese era yo!

Así que no tuve más remedio que marcharme. Mi nabo y yo nos fuimos al apartamento, cabizbajos,  como si fuéramos un perrillo abandonado en la cuneta.

Aquella noche aprendí que “es mejor sugerir, que mostrar”.