2. Cuando el camarero del bar tiene las manos caladas y te da las vueltas con las monedas mojadas.

3. Cuando alguien hablando contigo se le forman voceras blancas en la comisura de los labios.

4. Cuando alguien estornuda detrás de ti en el bus y sientes una ligera brisa bacteriana acariciando la parte trasera del cartílago de tus orejas.

5. Cuando alguien come pipas y escupe las cáscaras.

6. Las aceitunas.

7. Cuando usas sin querer el cepillo de dientes de otra persona. El malentendido más nauseabundo ever.

8. Cuando te encuentras un pelo rizado en la comida.

9. Cuando al hacer una deposición y al caer tu P.I.B contra el agua del váter te salpica el culo.

10. Cuando ves a alguien sacarse un moco. Para mí, pese a dar asquete, tiene algo de hipnótico, es como mirar el fuego de una chimenea.

11. Cuando estás en un bar rancio y el dueño/camarero te saluda efusivamente dándote un mangurriazo en el hombro con la mano grasienta.

12. Cuando entras en un baño público y la taza del váter tiene el derrape del anterior usuario. (No entiendo la gente que no usa la escobilla).

13. Cuando comes navajas y tienen tierra, y sientes ese rechinar de dientes y arena.

14. Cuando entras en el ascensor de tu casa y acaba de salir tu vecino, ése que huele mal.

15. La gente que hace ruido al comer.

16. La gente que escupe en la calle y hace el show completo: sonido gurutal separando el gargajo de la garganta (como diciendo la letra J), el movimiento de cuello como si fuera una ballesta y finalmente, lanzando ese latigazo verde contra el suelo.

17. Un tipo sacándose “un paluego” con el palillo y haciendo ruiditos con la boca como sacándose comida…

18. Cuando te tiras un pedo y suena como aceitillo.

19. El esmegma.

20. La gente que le sale pelo del interior de las orejas.

21. Cuando pisas una caca de perro.

22. Cuando te caga una paloma.

23. Las palomas.

24. Cuando entras en una casa antigua y sientes telarañas invisibles en la cara.

25. Cuando en el gimnasio un tío sudoroso bebe de tu botella de agua.

26. Cuando después de fregar los cacharros se quedan restos de comida en el desagüe y metes la mano para sacarlo y tirarlo a la basura.

27. Cuando llueve y se te mete agua en el zapato, y vas todo el rato como pisando mayonesa. Plof plof plof…

28. Cuando en la playa se te mete arena en el culo.

29. Cuando estás hablando con alguien y se le ha quedado algo de comida (un trozo verde de espinacas) entre los dientes.

30. Cuando sales de la ducha todo limpito y de pronto te entran ganas de cagar.

31. Cuando la gente da besos en el hocico a los perros y el perro le devuelve el beso y ves esa lengua inmensa dando lengüetazos en la cara del dueño.

32. Cuando mi amigo Hernán se emborracha y da lengüetazos a la gente.

33. Cuando le das la mano a alguien y tiene la mano sudorosa.

34. Cuando le das un mordisco a una manzana y resulta que tiene un gusano dentro.

35. Las viejas que van a la playa o/y a la piscina con la cara maquillada, la permanente recién hecha y hasta pendientes.

36. Los tíos que usan bañadores del famoso modisto italiano Marco Paquetti.

37. La forma de hablar de Rajoy. ¡Tiene que soltar unos perdigones finos finos! Al final, lo de hablar a través del plasma (aparte de ser un acto de cobardía indigna de un presidente) por lo menos fue higiénico.

38. Cuando le das a alguien un abrazo y alargas ese momento más de la cuenta volviéndose incómodo.

39. Ese punto que une el cojón con la pierna, esa junta del cuerpo humano, que por mucho que te laves, a los diez segundos ya huele a puta mierda.

Y ya.

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1. Tengo un tercer pezón en la parte baja de la espalda. Sí amigos, no me lo invento. Todo es verdad. Da un poco de asquete. Mi mujer me dice que vaya a un dermatólogo y me lo quite, pero a mí me gusta. No tiene ninguna utilidad, no molesta a nadie, sólo ocupa su lugar en este mundo… ¿Quién soy yo para arrancarlo de su hogar y mandarlo a la basura?

2. Tengo los dedos de la mano gordos como espárragos cojonudos. Cuando me iba a casar, y fui a probarme las alianzas, casi tengo que ir a urgencias porque me probé un anillo y no salía, no salía, el dedo se empezó a poner morado… En fin, dedos muy gorrrrrrdos.

3.Tengo el dudoso honor de tener una cicatriz en la ceja derecha igual que Jean Claude VanDamme. Me caí de pequeño y me di con la esquina de una mesa en la ceja y me tuvieron que dar varios puntos. Me la peino para que no se me vea, porque si no parezco un rapero tío duro. Y yo de rapero tengo lo mismo que de cura: cero.

4. Tengo un colmillo que sobresale del resto de la dentadura. Es muy útil para abrir un bote de pimientos o de cualquier conserva en general. Funciono como un abridor. Introduzco el incisivo y luego giro el bote. Soy un electrodoméstico de cocina, sólo que además doy conversación y cuento chistes. Aunque los chistes no son muy buenos, la verdad…

5. Me ha salido una mancha blanca al lado de la boca. Parece como si alguien me hubiese dejado todo “el grumote” en la comisura del labio. Es bastante humillante. Me ha salido de un día para otro. No entiendo nada. ¿Es posible que te salga de la nada una mancha de nacimiento? Joder, si es una contradicción en sí misma.

6. Tengo muchos dientes y la mandíbula pequeña, lo cual hace que los dientes se me apiñen (nunca mejor dicho). Y eso a su vez, hace que se me generen huecos donde es imposible llegar con el cepillo de dientes. Tengo que usar un cepillo interdental y ni aun así llego. Así que hay rincones en mi boca a los que es difícil de acceder, lo que implica que se me acumule mierda allí. Así que me tengo que ir al dentista, por lo menos un par de veces al año a hacer una limpieza, porque sino me huele el aliento que flipas.

7. Estoy calvo. No le descubro nada a nadie. De un tiempo a esta parte, la coronilla me empezó a clarear. Ahora ya directamente parece que me ha caído un cometa en la cabeza y ha dejado esa zona arrasada. Hago lo que puedo, me peino echándome el flequillo hacia atrás en un triste intento de ocultar mi falta de pelo en la zona afectada.

8. Las uñas de mis dedos de los pies son cuchillas. Las llevo cortas, eh? No soy un guarro que no se corta las uñas. Es sólo que me salen muy duras y puntiagudas, como si fueran las conchas de los mejillones. Destroza calcetines, zapatos y hasta los pedales del coche. Tengo miedo de despertarme un día y ver que le he cercenado los pies a mi esposa. Soy una especie de Lobezno pero con cuchillas en los pies.

9. Y hablando de las uñas de los pies: el dedo gordo y el de al lado parece que están enfadados. La uña del dedo gordo está mirando a Telecinco y la al lado del gordo a LaSexta. Es como si fuera bizco de uñas del pie. Es difícil de explicar, si me veis un día en chanclas os lo enseño, sin problemas.

10. Me estoy quedando sordo. Esto es nuevo. Llevo toda la vida usando los bastoncillos para los oídos y yo creo que a la larga me ha hecho pupita en el tímpano y ahora me paso el día diciendo: Qué? Cómo dices? Perdona? Puedes repetir?

11. Durante un tiempo hice deporte, me apunté a boxeo y me puse mazao, tenía pectorales y todo. Luego dejé de hacer deporte y volví al tabaco y la cerveza. ¿Consecuencia? Pues que ahora que me he abandonado se me han formado unas tetitas de niña gorda que antes no tenía…

12. Apenas tengo vello corporal. El pecho es un lugar yermo donde nunca ha crecido un pelo. Mis brazos y piernas parece que están depilados. Y no, jamás he hecho una cosa así. Mi sobaquera es un solar. Muchos pensaran que es una ventaja, y puede ser, pero la realidad es que no es normal. Tengo 35 años ya…

13. Tengo estrías en la espalda. Se ve que mi cuerpo no midió bien lo que iba a crecer, porque en un momento dado tuvo que estirar demasiado de la piel y se me ha quedado la marca, como si se vieran las costuras de la carne. Es como si de joven me hubieran dado unos latigazos a lo largo de la espalda.

14. Tengo unos pelos cojoneros desviados. Me explico: no son pelos normales, son muy negros y retorcidos (del tipo cojonero de toda la vida) y están alojados cerca de mi ombligo. Parece que iban camino de los genitales y se quedaron a medio camino.

15. Tengo una mancha negra en la pantorrilla izquierda de la forma de África. Me da un poco de cosica porque cuando voy en bañador se me ve un poco y creo que habrá quien piense que es roña y que no me lavo. Pero os aseguro que me he dado con la esponja hasta hacerme sangre y ahí que vuelve el mapa de África.

Pese a todas estas deformidades, he de decir que el pene lo tengo estupendo. Casi me gustaría poder sumar una deformidad más a este listado y decir que soy el único portador de un pene con cresta, pero no. Tengo un pene standard. En su justa medida. Con un color púrpura en la puntita que es un primor. Así que mientras eso funcione, todo va bien.

Gracias por escucharme, habéis sido un público maravilloso. ¡Buenas noches, Pittsburgh!

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Uno de mis rincones favoritos para disfrutar del terraceo estival es la Plaza de Olavide. Me siento como en casa tomando algo al solete en alguna de sus terrazas, sobre todo en La Oliva. Algunas tardes mientras estoy disfrutando de unas cervezas con amigos, por allí aparece algún “artista callejero” con una guitarra que ameniza nuestra estancia y luego pasa pidiendo unas monedas entre las mesas.

Tengo predilección por uno de ellos. El tío tiene arte. Pose de Elvis. Lleva tupé y viste pantalones negros, chaleco oscuro sobre camisa blanca y pañuelo rojo al cuello. Lo mejor de todo es que su repertorio es muy bueno, toca los Rolling, los Beatles, la CCR, Dylan, Queen… 

Pero siempre echo en falta alguna canción del que fue para mí, el más grande, The Man In Black, el gran Johnny Cash. Y siempre me quedo con ganas de pedirle alguna canción de él. El otro día ya no lo pude evitar. Después de repasar su extenso muestrario de buen gusto musical, pasó por mi mesa con la gorrilla, le eché unas monedas y le dije:
– ¿Podrías tocar alguna de Johnny Cash?

Él se quedó un poco sorprendido, creo que no está acostumbrado a que le pidan bises, pero me sonrió y me dijo:
– Eso está hecho, socio. Sólo me sé una de Cash y hace tiempo que no la tocó. Pero lo voy a intentar.

Volvió a su improvisado escenario en medio de la nada y anunció por el micro que iba a tocar una más a petición de un amigo que se lo había pedido (mientras me lanzaba una mirada complice) a lo que yo reaccioné con una sonrisa y unos entusiastas aplausos.

Empezó a tocar el mítico tema carcelario Folsom Prison Blues, y yo disfrutaba como un enano desde mi mesa de ese pegadizo riff de guitarra mientras mis amigos me miraban como diciendo: ¡Vaya un flipao!

Cerré los ojos un momento y pensé para mí: “¡Qué poco se necesita para ser feliz! Sol, música en directo, buena compañía y una cerveza.” De pronto, la música paró de golpe, miré hacia donde estaba mi socio interpretando a Cash y resulta que había dos policías hablando con él. Rápidamente, recogió sus trastos y se fue acompañado por los agentes de la autoridad.

Me quedé congelado observando la escena y no hice nada. Pasó todo muy deprisa. Visto y no visto. Me quedé preocupado. ¿Le habrían detenido por mi culpa? Si no le hubiese pedido que tocara la de Cash, ya se habría marchado y la policía no le habría encalomado… ¿Y si le toca pagar una multa o pasar por un calabozo o algo por mi culpa…?

Apuré mi cerveza, me despedí de mis amigos  y me marché de allí cabizbajo. De camino a casa, escuché que alguien me chistaba, me giré y allí estaba el tipo bebiendo una cerveza en lata en una esquina. Me espetó:
– Por poco acabo en Folsom Prisom por tu culpa… – mientras hacía un gesto con los brazos como si alguien le fuera a esposar.

Y aunque me lo dijo como un reproche, acto seguido me sonrió, contento, con su ingenioso comentario y me sentí tranquilo.

Me acerqué a interesarme por lo que había pasado y estuve un rato charlando con él. Según me dijo, alguien de los pisos colindantes había llamado para quejarse de la música, y la policía tiene que hacer acto de presencia y acabar con “el ruido”. Pasa a veces, me voy a otro lado y ya está, sentenció. Como si fuera su día a día.

Desde ese día, pese a que no conozco su nombre, le he bautizado con el cariñoso apelativo de “El Johnny Cash de Olavide”. Espero que algún día que estéis por las terrazas de Madrid tomando cañas, podáis oírle tocar y disfrutar del buen rollo que desprende.

¡Pasadlo bien! Hasta la próxima.

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Al parecer, lo creó un cazador llamado Curt Mast en 1934 en la Baja Sajonia y consta de una mezcla de más de 56 hierbas aromáticas. Cuenta la leyenda que durante la II Guerra Mundial, las tropas de Hitler lo usaron como “anestésico” y el logotipo del ciervo guarda relación con San Huberto, patrón de los … bla bla bla. ¡Sandeces!

Ese animal astado que aparece en la etiqueta ha sido la representación del Diablo durante milenios. Y como todo el mundo sabe, la mayor treta del Diablo es hacer creer a la gente que el Diablo no existe. Pues bien, del mismo modo, el Diablo quiere hacernos creer que el Jagger es un licor de cazadores. Pero no os dejéis engañar, el Jagger lleva la marca del Diablo desde la primera a la última gota. Y es que esa etiqueta del venado en rojo y negro es de una fuerza hipnótica que claramente responde a las artes oscuras.

En mi caso, la primera vez que llegó hasta mi gaznate fue a través de uno de sus profetas en la Tierra; el famoso Luis Cypher (pseudónimo de Lucifer) que llegó a mi grupo de amigos y de pronto dijo a una camarera en la barra de una discoteca:

– ¿Nos pones cinco chupitos de Jagger?

Luis repetiría varias veces esa frase y los demás nos dejamos querer. Porque “Cuando el Diablo juega contigo, el Diablo no cambia. El Diablo Te Cambia”. Esa noche fue el principio del fin, en aquella discoteca no sólo perdimos: móviles, gafas de sol, las llaves de un coche y hasta una cámara de fotos cojonuda. Un pedacito de mi alma fue arrastrada al infierno aquella noche.

Ese maldito líquido provocó fuertes discusiones de pareja y nos sumió a todos en una espiral de autodestrucción hasta ahora desconocida. Años de borrachera y fue esa noche cuando sentí la mano de El Maligno detrás de cada una de mis acciones, y es que es mucho más divertido ser malo. Ahora ya no me cabe duda.

Pero el Diablo tiene bien claras las reglas del juego: “El placer se paga con el dolor”. Y es a la mañana siguiente cuando exige la paga en forma de resaca. Por resumirlo un poco y no alargarme más de la cuenta:

“La resaca de Jagger es como si te hubiera follado muy fuerte por detrás el mísmisimo hijo de Satanás”.

En fin, que bebáis con responsabilidad como hago yo. Y dejad el Jagger sólo para el fin de semana. Ups! Hoy es viernes, pues nada, tomaos un par de chupitos de Jagger y ya me contáis mañana…

¡Hasta otra, amiguillos!

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No recuerdo cuando empecé a fumar. Recuerdo quién me dio el primer cigarro. De eso sí me acuerdo. Aquel dudoso honor es para mi amigo Fernando Pola. Me dio un Pall Mall. Recuerdo que me quedé hipnotizado mirando el humo y me pareció de color azul. Un humo azul precioso que hacía piruetas en el aire. Desde entonces, he llevado en mis bolsillos un paquete de tabaco. Me ha acompañado cuando estaba eufórico y cuando estaba hundido en la mierda.

Pero hubo un día que pensé en dejarlo. Ese punto de inflexión fue cuando ingresaron a un familiar cercano en el hospital por un pulmón encharcado. Me pasé unas navidades visitando frecuentemente la planta de Neumología y disfrutando de una bonita orquesta de toses y flemas varias que era lo que se escuchaba en aquel pasillo. No lo sé con seguridad, pero imaginaba que más de la mitad de esa gente estaba allí por el puto tabaco.

Un día, salí del hospital y en cuanto puse un pie en la calle lo primero que hice fue echarme un pitillo a la boca. De pronto, me vi a mí mismo siendo un ser débil, un títere del Estado que vendía esa mierda sabiendo que era malo, y un títere de mí mismo que a pesar de saberlo seguía fumando.

Así que lo dejé. Y al principio fue infernal. Me parecía que hasta las conversaciones eran peores sin echarme un cigarrito. Pero poco a poco me fui acostumbrando a no fumar. Y aunque me seguía apeteciendo, (y creo que no me va a dejar de apetecer nunca) lo controlaba.

Pues amigos, el otro día, después de una año y medio sin fumar, volví a caer. Había bebido bastante (¡Jagger, yo te maldigo!) y me fumé un par de pitis que me supieron a gloria bendita, no os voy a engañar. Pero al día siguiente, me sentí muy mal, y sentí que había tirado por la borda un año y pico de esfuerzo.

Amiguitos, no empecéis a fumar. No ya por el tema de la salud, sino porque no os lo vais a quitar de encima nunca.

Si fumo, mi fantasía de moralidad me hace sentir culpable. Y si no fumo, lo paso mal porque quiero fumar. Todavía, a día de hoy, cuando veo a una tía buena con un cigarro, sólo me fijo en el cigarro, así que, imagínate…

Hasta la próxima!!

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Oscuridad. Expectación. Minis de cerveza a precio de oro. Unas luces espaciales lo inundan todo. Empieza el show. Primeros acordes de “No Me Ves” y la sala estalla en gritos de emoción. Aparecen los lesbianos sobre el escenario, pero todos esperamos al capitán de la nave. Cuando sale Santi Balmes los gritos se vuelven más agudos. Las chicas se vuelven locas con él, el chico tiene flow, es verdad. De ahí en adelante son dos horas de música, dos horas de dejar tus problemas en la puerta (como dijo el propio Balmes) y fliparlo fuerte hasta llegar al éxtasis del ser.

El grupo presenta su nuevo disco en Madrid, es el primero de los tres conciertos seguidos que van a dar en la sala madrileña. La gente corea los nuevos temas, los fans han hecho los deberes. Y es que el nuevo disco de Love of Lesbian está muy bien, es cremita. Una resituación en toda regla. Un canto sobre las musas, la ambición, perder el norte, el amor al lenguaje y el proceso de creación de un disco.

Nos tocan algunos temas de sus discos menos conocidos como si fuera un regalo para aquellos seguidores de siempre. Pero amigos, cuando suena cualquier tema del 1999 es cuando a todos se nos eriza la piel y cantamos como si hubiéramos compuesto nosotros mismo esas canciones. “Allí Donde Solíamos Gritar” es una de esas joyitas que forman ya parte de nuestra vida. Lleva años acompañándonos al trabajo, viajando con nosotros en metro y haciendo de cada momento anodino algo diferente.

Sin darme apenas cuenta, me encuentro a mí mismo en cuclillas, agachado, al igual que toda la sala en el momento de bajón de “Algunas plantas” para luego saltar como un condenado a muerte al que acabaran de liberar. Momento de subidón total. Delirio. Locura. Alcohol. Sudor. Abrazos. Y esa extraña sensación de que esto no es normal, esto es acojonante.

Encienden las luces. El grupo se despide y nos vamos al bar a comentar la jugada. Todos estamos de acuerdo. Ha sido la super polla.

“Joder, mañana madrugo, tengo que currar. Vaya corte de rollo. Bueno, venga va, otra ronda.” – es lo último que recuerdo de anoche.

Esta resaca y este malestar en el trabajo tiene nombre y apellidos: Halley Starr.

¡Larga vida a los lesbianos!

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