Merluzeando

Uno de los misterios de las mujeres (porque hay más de uno), es aquella necesidad que tienen las chicas jóvenes de ir al baño en grupo. Reconozco que en su edad adulta ya no tanto, pero en la adolescencia van como “en manada” al baño. Yo, esto, lo descubrí (como tantas otras cosas) a lo bestia. Os cuento cómo fue:

Yo era un merluzillo adolescente que estaba de campamento. Era un campamento volante para ser exactos, hicimos desde Santander hasta Oviedo andando. En fin, que cada día nos pegábamos una paliza a andar y acampábamos por ahí. Como es obvio, había ocasiones en las que teníamos que hacer nuestras necesidades en el campo, al aire.

En una de esas paradas para “repostar”, yo me fui andando hacia lo desconocido para ocultarme de miradas indiscretas mientras hacía mis necesidades, necesidades mayores como podéis imaginar. Me marché muy lejos. Pensé que por allí no aparecería nadie así que me puse de cuclillas, me bajé los pantalones y me puse a hacer fuerza para sacar de dentro de mí el muñeco marrón articulado.

Estaba haciendo mucho esfuerzo, así que cerré los ojos durante el proceso. Cuando logré expulsar de dentro de mí aquel muñeco, respiré con alivio y abrí los ojos. De pronto, vi a lo lejos que se acercaba hacia mí una manada de chicas del campamento. Iban ensimismadas hablando de sus cosas y no me habían visto. Supuse que al igual que yo, se estaban alejando del campamento base para hacer sus cositas pero ellas iban  en grupo, y se acercaban peligrosamente a mi posición.  A mí me daba una vergüenza terrible que me encontraran en posición tan indecorosa, por no hablar de mostrarles mis partes más íntimas.

Así pues me levanté todavía con los pantalones por los tobillos y, me puse a gritar y hacer señas para que me vieran (aún pequeñito, como en un plano general) y tomaran otra dirección, porque si seguían recto se iban a encontrar conmigo de frente.

Las chicas al verme salieron corriendo, gritando y haciendo muchos aspavientos. Yo sólo quería que no me pillaran haciendo de vientre ya “de cerca”. Pero ellas lo que vieron fue a un chico que les enseñaba sus partes y les hacía gestos obscenos.

Nada más lejos de la realidad. Lo juro.

Me limpié rápidamente y salí corriendo en busca del director del campamento, para contarle todo lo que había pasado antes de que las chicas dieran una versión errónea de lo sucedido. Pero llegué tarde, me encontré con todas las chicas (algunas llorando) dándole su visión de los hechos al director. Y yo ahí, todo rojo, abochornado, tratando de explicar lo que pasó.

El director fue comprensivo y la cosa no pasó de ahí. Pero desde ese día, las chicas del campamento no me volvieron a dirigir la palabra y me miraban como si fuera un pervertido.

Todavía hoy tengo pesadillas, recordándolo.

Y la pregunta sigue ahí, vigente, válida, sin respuesta:

¿Por qué las mujeres van en grupo al baño?