Merluzeando

Antes estaba hecho un “puerco vomitón”. En cuanto me tomaba dos copas de más llegaba a casa y echaba hasta la primera papilla, (ahora me da por mearme encima, pero esa es otra historia…).
El caso es que llegué a tomármelo como algo natural e ideé un método para salvaguardarme de potas imprevistas: guardaba bolsas debajo del colchón para que en el supuesto caso de que en mitad de la noche me entraran ganas de vomitar y no me diera tiempo a llegar al baño, pudiese sacar la bolsa y echarlo ahí. Eso, siempre sería mejor que echarlo al suelo y luego tener que limpiarlo y demás. Al menos así, el desastre estaba controlado.

Pues bien, una noche llegué al hogar paterno más pedo que Alfredo. Al acostarme, todo empezó a dar vueltas (el helicóptero), decidí echar el ancla (sacar un pie de la cama y ponerlo en el suelo para estabilizar la nave), pero aquello no fue suficiente. Todo se movía demasiado y me vino la ARCADA FIRE*.

*ARCADA FIRE: dícese del acceso de vomito que se regurgita dejando un sabor putrefacto en tu garganta y que es sólo el preludio de un torrente de bilis, alimentos deshechos, ácido y tropezones de varias categorías, formas y colores que pronto saldrá por tu boca con virulencia.

Busqué desesperado la bolsa debajo del colchón pero no encontraba ninguna, supuse que se me había olvidado recargarlo la última vez, así que sin más salí pitando hacia el baño. Pero no me dio tiempo a llegar y expulsé todo lo que tenía dentro de mi cuerpo contra la pared de mi habitación.

Al terminar, me recompuse un poco pero me quedé aterrado con la hecatombe que había originado. En mi pared blanca ahora había una parte como la boca de una cueva de color marrón y con trozos de comida sin digerir resbalando hacía el suelo.

Ecce Poto

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Tuve la brillante idea de ir a la cocina, coger la fregona y darle a la pared como si se tratara del suelo. (Todo esto con el mayor sigilo porque no quería despertar a mis padres, claro.)
Cuando terminé la operación de limpieza me di cuenta de que el color marrón no había desaparecido del todo. Sin embargo, para mi sorpresa, lo que sí había desaparecido del todo era el gotelé de mi habitación en la parte afectada.

Al ver mi destrozo, tuve una revelación, una idea se iluminó en mi mente como si la hubiera puesto allí el mismísimo Dios: Hacer una pequeña recreación de las Cuevas de Altamira en la cueva de mi pared. 

Me dije: “Ya la he liado, la bronca me va a caer de todas formas así que… ¿Por qué no ir un poco más allá?”
Poseído por una especie de flatulencia creativa cogí mis pinturas de lápiz (las míticas Alpino) y con los colores marrón y rojo dibujé sobre la cueva de mi pared a dos bisontes y a cuatro formas humanas que intentaban darlos caza con lanzas y flechas .

Al acabar, me acosté satisfecho con mi obra. Y emocionado, porque la reacción de mis padres ante eso era impredecible.

Lo que pasó al día siguiente me lo guardo para mí porque como dice Nacho Vegas: “Hay cosas que es mejor no contar”.