Merluzeando

Durante una temporada viví en Roma. Yo tenía veintidós años, el pelo rubio y los ojos azules. Era una época en la que me echaba el mundo por montera, me creía ciudadano del mundo, lo que decían los telediarios no me afectaba y vivía de manera despreocupada.  Sólo quería beber hasta caer redondo y meterla en caliente, el resto me la soplaba sobre manera.

Pero no escribo esto para presumir de cuando era un fuckermaster. Lo que quiero compartir con vosotros es el momento en que comprendí que la vida es un chiste gigante en el que hay que reírse, aunque no haya nadie a quien contárselo. La tontería por mera tontería.  Al igual que los renacentistas valoraban el arte por el arte, yo valoro el humor en sí mismo, como principio básico, la diversión casi como una obligación moral. Hay que hacer el tonto, no concibo otra forma de actuar.

Pues bien, ese momento del que os hablo sucedió durante mi periplo en la capital italiana. Estaba yo solo en el metro y el tren dio un frenazo. He de decir que el metro en Roma es viejo y malo (aunque también pintoresco ) y cuando llega a las estaciones frena con brusquedad, como si la estación apareciera de repente y el conductor tuviera que echar el freno de mano. Entonces todos los pasajeros se bambolean como si estuvieran en una atracción de feria. (Es justo ese momento en el que los amigos de lo ajeno aprovechan para echar mano a tu bolsillo y robarte la cartera, de esto hay mucho por allí, hay que tener cuidadín.)

En unos de estos frenazos, un grupo de chinitas (turistas del sol naciente) se me echaron encima ya que no habían tomado la precaución de agarrase a ningún asidero.

Cuando el tren se detuvo completamente, ellas se recompusieron y de manera muy ceremoniosa con inclinaciones de cabeza y reverencias, me dijeron:

A lo que yo respondí de igual manera y bastante sorna:

Me giré a mi alrededor para ver si algún usuario del metro allí presente había visto lo sucedido y se había dado cuenta de lo ingenioso de mi respuesta. Pero nadie había prestando atención a nuestra pequeña performance, lo que me decepcionó un poco. Pero luego, pasados unos minutos y de manera espontánea comencé a reírme yo sólo a carcajada limpia.
Había vivido una situación muy cómica y graciosa aunque nadie la hubiera visto. Y eso ya era algo muy bueno.

Y hasta aquí la historia de hoy, quisiera acabar con una cita del mítico futbolista del Cádiz C.F. “Mágico” González y que refleja a grandes rasgos lo que he querido transmitir:

“Sé que soy un irresponsable y un mal profesional, y puede que esté desaprovechando la oportunidad de mi vida. Lo sé, pero tengo una tontería en el coco: no me gusta tomarme el fútbol como un trabajo. Si lo hiciera no sería yo. Sólo juego por divertirme.”