Merluzeando

Una noche cualquiera. El cumpleaños de un amigo. Una dosis de alcohol considerable. Ya casi por la mañana, te pones a desayunar en plan triste en un bar de taxistas. Hasta aquí todo normal.

Lo que ya no es tan normal, es coger el metro en San Bernardo para ir a mi casa (que son como cuatro paradas desde allí), quedarme dormido y despertarme en el final de línea, que es Pinar de Chamartín.

Y no me desperté yo sólo, por mi propia cuenta. Cuando abrí los ojos, tenía delante de mí a un tipo de seguridad que no hacía más que zarandearme y decir: “Chaval, ¿Dónde vives? Queeee dónde viveeees?”  Yo fui incapaz de articular palabra. Recuerdo que el pensamiento estaba ahí, trataba de decirle mi dirección pero entre mi cerebro y mi boca, algún cable se había cortado, y era incapaz de pronunciar una silaba. Cosas del alcohol.

Así que me dio por levantarme, salir corriendo y meterme en el tren de enfrente, pensando que sería un tren que me llevaría por el mismo trayecto pero en dirección contraria. Con tal mala suerte que volví a quedarme dormido. Y resulta que no había cogido el mismo tren en dirección contraria sino que me había cambiado de línea, había pasado de la línea marrón (L4) a la azul clarito (L1) y estaba bajando hacía el sur de Madrid alejándome más y más de mi casa.

Cuando desperté (otra vez) estaba en Tirso de Molina. El tren seguía bajando y confuso miré un plano de metro. No entendía qué demonios hacía allí, en la línea 1. La gente me miraba raro, debían ser ya como las diez de la mañana y a mí se me veía a la legua que estaba hecho un pieza y que no estaba en plenas facultades mentales.

Chequée mis bolsillos y me alegré de que no me hubieran robado. De hecho, todavía no sé cómo tuve tan buena suerte (dentro de mi mala suerte).

Llegué hasta la estación de Pacífico y allí me cambié a la línea gris (la circular) para que volviera a dejarme cerca de mi casa. Todo el camino en la circular estuve dándome bofetadas, saltando, frotándome los ojos, haciendo de todo sólo para mantenerme despierto. Pensaba que si me quedaba dormido en la circular, podía entrar en un bucle infinito y no saldría de allí jamás.

Al final, no me quedé dormido, me bajé en mi parada y llegué a casa hecho un desgraciaito, pero sano y salvo. Mirad todo el recorrido que hice:

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Una parte de mí se perdió aquella mañana en los túneles del metro que no volveré a recuperar nunca más.