Merluzeando

Eran otros tiempos. Noches de borracheras indómitas, de catorce o quince copas. Pero también eran tiempos analógicos, sin Facebook y sin móviles con cámara. Y menos mal porque…

Por esa época, a mis amigos y a mí nos daba por hacer  la vieja yegua gris siempre que bebíamos. Nos bajábamos los pantalones hasta los tobillos y bailábamos de forma acompasada, arrítmica total, a la vez que entonábamos “Esta yegua no es mi vieja yegua gris…”.

Principales movimientos de este complejo paso de baile.

Un día, después de que echara una larga meada, alguien empezó con “la vieja yegua gris”, así que todos nos pusimos en calzoncillos y empezamos con nuestro ritual alcohólico.

A unas chicas (que habían venido de fuera) les hizo mucha gracia vernos en calzoncillos y nos dijeron que si nos podían hacer una foto. Todos accedimos, claro. Así que la chica sacó la cámara (analógica, normal, de carrete) y todos posamos como si fuéramos un equipo de fútbol: todos muy rectos, estirados, cogidos por los hombros, con una pose orgullosa, pero con los pantalones bajados. Esa era la gracia.

Con tan mala suerte que yo esa noche llevaba unos calzoncillos grises (horrorosos) de licra. Pero es que además, la última gotita de mi pis, aquella que se queda en la punta del bollycao, pasó al calzoncillo. Esa gotita se expandió en la licra como en los anuncios de Fairy en los que se ve caer una gota de ese milagroso producto en un plato de grasa. De forma que lo que empezó siendo un puntito negro en el calzoncillo pronto tomó las dimensiones de un huevo frito.

La foto se hizo y como antes las cosas no eran tan inmediatas, nadie se dio cuenta de mi mancha. Nos subimos los pantalones y seguimos bebiendo tan panchos. Pero nuestra imagen quedó impregnada en el negativo. Debíamos esperar el revelado para verla. Así que el desastre se fue gestando a fuego lento en un carrete de veinticuatro.

Días después cuando esa chica reveló el carrete, a la vez reveló mi mancha oscura.

Nos pasó una copia al grupo de amigos y el descojone de todos al ver mi manchurrón en el calzoncillo fue máximo. Parecía que me había meado encima. Mi humillación fue total.

Pero me imagino que las risas de las amigas de la chica que hizo la foto debieron de oírse hasta en Pekín.

Pese a todo, ahora pienso que fui afortunado de que pasará en esa época, porque si me llega a pasar ahora, esa foto se habría hecho desde un móvil, se habría subido al Facebook al instante, me habían hecho un meme que circulara por whatsapp, o vete tú a saber!!

¡Gracias mundo analógico, me salvaste de una buena!