Merluzeando

Hace varios años, en la época en la que no había Ipods, ni Iphones, invité a una chica a tomar una copa en mi casa (la había conocido esa misma noche). Una vez allí, me las ingenié para poner algo de música en el salón y relajar el ambiente. Llevé los altavoces del ordenador al cuarto de estar y lo enchufé al reproductor de  MP3. Puse algo de música y le dije a la chica que podía elegir la música que quisiera (dentro de lo que yo tenía en el mp3, claro)  mientras yo preparaba las copas.

El reproductor de MP3 era de los de antes. Del tamaño de un paquete de tabaco pero con una pantalla muy pequeñita, de una sola línea de texto y con sólo unas pocas letras a la vista. Es por esto que cuando yo regresé con las copas al salón ella estaba mirando la pantalla y me dijo:

–          ¿Quién es “David B.”? ¿David Bustamante o David Bisbal?

El reproductor sólo le dejaba ver eso: “David B.” y a ella lo primero que le vino a la cabeza fueron los de Operación Triunfo.

A lo que yo tuve que responder con un rotundo:

–          Es David Bowie.

Pensé que lo escucharía, se reiría de sí misma y diría algo así como “jajaja vaya metedura de pata, vas a pensar que soy boba jajaja”. Yo diría “jaja no, claro que no”. Y en ese momento nuestras miradas se encontrarían, ella le daría al Play y la marciana voz de Bowie sería la banda sonora para una noche de desenfreno.

En vez de eso dijo:

–          Ah! No sé quién es – y siguió buscando otra canción en el mp3 con la misma tranquilidad con la que uno se rasca la oreja.

De pronto, aquella chica que tres segundos atrás me resultaba sexy, pasó a parecerme vulgar. De ahí en adelante todo se volvió extraño, mis actos empezaron a ser forzados y nada fluyó como yo esperaba que fluyera.

¡Maldito seas David Bowie! ¡Me jodiste un buen polvo!

D.E.P. David Bowie. ¡Buen viaje Ziggy!

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