Merluzeando

El año pasado me fui con una pandilla de gañanes a Munich, al Oktoberfest, que por si alguno no lo conoce es la mayor fiesta de Alemania. Es un despiporre brutal, la cerveza corre por allí a sus anchas y el nivel de desmadre es astronómico. Todo lo que cuente es poco, pero esta historieta no va sobre el desmadre, sino sobre el horror.

LLevaba yo (como poco) unos cinco litros de cerveza en el estómago, cuando mis amigos tuvieron la idea de subirse a una atracción de feria que había allí en el recinto. Yo no soy muy amigo de las atracciones y si me montaba en aquel chisme (con todo lo que había bebido), seguro que iba a vomitar. Así que mis amigos subieron a aquel chisme infernal y yo me quedé por el recinto dando un paseo. Así me daba el aire, y se me pasaba un poco la borrachera.

Ahí estaba yo dando un paseo por el recinto del Oktoberfest cuando de pronto aparecieron ante mí unos diez alemanes uniformados, grandes como armarios empotrados, que me dijeron:

– UNE NAINEN FUHRER RAMMSTEIN ACHTUNG!!!!! – o algo así, cualquiera sabe.

Yo no entendía nada. Sin embargo, pude notar en su tono que no eran personas amigables. Me cogieron de la pechera y me llevaron como un pelele a una sala en la que ponía algo parecido a Acceso Restringido.

En el momento que cerraron la puerta y me vi sólo en una sala con diez policías alemanes se pudo oír el sonido de dos nueces chocando. “Crac“. Eran mis pelotas colocándose en mi garganta.

Me dijeron (ya en inglés) que si llevaba drogas, las sacara. Yo respondí que no. Entonces empezaron a sacarme todas las cosas de los bolsillos. Sacaron un montón de porquería pero nada de drogas.

De pronto vi como uno de aquellos oficiales sacaba un guante de látex y se lo ponía, en un gesto que yo había visto antes, pero sólo en las películas. Sabía de sobra que se disponían a buscar en una parte de mi cuerpo que no ha visto nunca el Sol.

En ese momento todo mi valor se fue al traste. En mi mente se dibujó una escena muy concreta de lo que iba a pasar a continuación, lo cual me horrorizó. Empecé a gritar y a gimotear como una nenaza, preso del pánico:

–   I dont have anything. I swear it! Please please!! – que, en un inglés macarrónico de español borrachuzo, significa:“Redios! No hurguen en mi tracto porque no van a encontrar nada, por favor!!!”.

El policía procedió a la inspección pero no llegó a introducir el dedo en ningún orificio de mi cuerpo. Simplemente me cacheó en profundidad, palpó por dentro de mis calcetines, en las gomas del calzoncillo y esas cosas, pero en ningún momento me sentí violado.

Cuando ya confirmaron que estaba limpio, me soltaron otra vez al recinto como si nada.

A los treinta segundos, aparecieron mis amigos. Les conté lo que me había pasado y no se lo podían creer. Cuatro días juntos, inseparables, me quedo sólo diez minutos y casi acabo en el calabozo.

En fin, que pasé un miedo terrible, y no porque la policía alemana me intimidará, sino por la perspectiva de que alguien me iba a meter el dedo en el culo.