Merluzeando

No me gusta escribir sobre borracheras. Todos tenemos anécdotas gloriosas de días en los que el alcohol corría por nuestras venas a sus anchas. Pero bueno, hoy voy a hacer una excepción y voy a contar la historia de la vomitona que es muy ‘merluza’ (si se me permite el término). Allá va:

Llevaba (fácil) mis diez cubatas entre pecho y espalda cuando mis amigos decidieron cambiar de garito. Yo estaba hablando con una chica en la barra y les hice gestos inequívocos de que yo me quedaba un poco y luego los buscaba. La chica, al rato, se cansó de mi borrachuza compañía y no me quedó más remedio que ir en busca de mis amigos a la discoteca de al lado.

Al llegar me encontré con que en la puerta del local había una marabunta de gente haciendo cola. No era una cola ordenada y estructurada como la que hay en la montaña rusa del Parque de Atracciones sino que era una especie de embudo en el que la gente empujaba para entrar mientras el portero oponía resistencia.

Estaba ya dentro de esa marabunta cuando me entraron unas ganas terribles de vomitar. Intenté salir pero la presión era tan grande que estaba atrapado. Por momentos me contuve como buenamente pude pero al final sucedió lo inevitable y empecé a vomitar como la niña del exorcista (en plan fuente) a toda la gente que tenía delante.

Sorprendentemente, nadie pareció en un primer momento darse cuenta del desastre que había generado a mi alrededor y traté de salir sigilosamente como si yo no tuviera nada que ver con aquella hecatombe.

Sentí la mano de mi Ángel de la Guarda que velaba por mi seguridad al hacerme desaparecer de la cola y evaporarme como un pedo en el viento sin llevarme algún puñetazo por parte de “los vomitados”. Todavía no me explico cómo salí de allí sin más, creo que es un hecho tan sobrenatural que debería contárselo a Iker Jiménez.

Al salir de la marabunta me oculté detrás de una columna (la discoteca estaba en unos soportales) y allí eché todo lo que me quedaba dentro del cuerpo. Una vez hube terminado, me volví a poner en la cola como si fuera la primera vez que estaba allí. Entre la gente se oían comentarios de que algún desalmado había vomitado sobre Fulano, Zutano y Mengano. Como cuando Clark Kent se hacía el despistado ante las hazañas de Superman, yo reaccioné con asombro ante lo que me estaban contando aquellos extraños.

Al final conseguí entrar en el sitio y encontré a mis amigos. Actué con normalidad, me pedí otra copa y seguí disfrutando de la noche.

Pero la cosa no acaba aquí. Al rato me entraron ganas de mear y me dirigí al baño. Pasé por delante del servicio de chicas y allí había una tia metiendo la cabeza debajo del grifo y gritando: “¡¡¡Alguien me ha vomitado en el peloooooooooo!!!”

Madre mía la que lié esa noche…

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