Merluzeando

Tenía unos catorce o quince años y un amigo se quedó a dormir en mi casa. Mis padres no estaban, tenían una cena y volverían tarde. Nos dieron dinero para pedir una pizza a costa de prometerles que nos acostaríamos a una hora razonable.
Nuestra idea era otra. Queríamos grabar la peli porno del plus. Sí, yo era uno de esos afortunados que disfrutaba de Canal Plus sin codificar y debíamos aprovecharlo.

Hasta que pusieran la porno todavía quedaban un montón de horas. Pedimos la pizza y nos pusimos a idear un plan para que mis padres no nos pillaran. Pensábamos estar controlando el ascensor en todo momento, tenerlo siempre en el tercer piso para que si venían mis padres, el ascensor tuviera que dar dos viajes (uno para bajar y otro para subir) y eso nos diera el tiempo suficiente a parar la grabación, sacar la cinta, apagar las luces, meternos en la cama y hacernos los dormidos.

Debíamos tener un escondite para la cinta. Decidimos que el mejor sitio para esconderla era un cajón de mi cuarto que estaba lleno de comics de Batman. También decidimos que debíamos abrir la cinta virgen (que habíamos comprado esa misma mañana ex profeso) y ponerle una etiqueta con su correspondiente titulo por si llegaran a hacer alguna pregunta respecto a la cinta pudiéramos argumentar que era una peli normal y corriente. Pusimos con rotulador en el lomo: SUPERMAN.

Mientras lo planeábamos todo, sonó el telefonillo. ¡La pizza! Pillé el dinero del recibidor y esperé con la puerta abierta a que se abriera el ascensor y saliera el pizzero. Cuando salió, de pronto, se escucho al fondo de mi casa unos gemidos sexuales y una voz que gritaba:
“OOOOhhh AAAAhhh Merluzo, vuelve pronto a la cama que estoy a cien!! Aahhh Síííí!!!”
Obviamente, era mi amigo con voz de pito haciéndome pasar un rato vergonzoso.

El pizzero me miró con cara de circunstancia y se le veía bastante incómodo con la situación y yo estaba rojo como un tomate. Realicé la transacción monetaria lo más rápido posible y le cerré la puerta en las narices al pobre repartidor. Ni propina ni nada.

Acto seguido, del cuarto de baño de mi casa salió mi amigo partiéndose de risa. Yo respondí con el clásico “Serás mamón” pero pronto me uní a él en las risas y comenté: “Tenías que haber visto su cara”.

Esto se quedó en anecdotilla porque ya con el estomago lleno, la hora señalada para el comienzo de la película X se aproximaba.

Estaba todo preparado, la cinta metida en el video, mi amigo en la puerta controlando el ascensor y mis dedos encima de los botones Play-Rec del mando a distancia. Los anuncios previos a la porno que se me antojaron eternos pero por fin, una cartela informaba que el contenido que se mostraría a continuación era sólo para mayores de 18 años. Le di al Rec.

Una sensación de estar donde no debo estar, de hacer algo prohibido recorrió deliciosamente mi espina dorsal hasta llegar al cerebro donde explotó y me hizo sentir más vivo que nunca.

La película empezó de forma tímida, gente en un bar jugando al billar. Nada fuera de lo normal. De buenas a primeras, pasando de un plano a otro con un simple corte, un tipo con un rabo kilométrico taladraba el culo de una rubia tetona en el cuarto de baño.

No me creía lo que estaba viendo, no era lo que me esperaba, era algo espantoso! Como si estuviera viendo una escena de violencia demasiado explícita o una operación real en un hospital. Era todo demasiado…. quirúrgico!!!

Grabamos un poco más, le dimos al stop y salimos disparados hacía la habitación a enterrar la cinta entre los comics de Batman. No oímos que venían mis padres pero ya teníamos lo que queríamos… ¿Para qué seguir arriesgándonos a que nos pillarán?
Ya en la cama y en la oscuridad, mi amigo y yo comentamos lo que habíamos visto. Tuvimos una de esas conversaciones interminables hasta que uno de los dos se quedó dormido y el otro siguió hablando sólo.

Esa primera impresión que tuve del porno me dejó impactado bastante tiempo pero poco a poco fui cogiéndole el gustillo. Y no pienso entrar en detalles sobre cómo acabé cogiéndole el gustillo al cine porno.