Merluzeando

Tengo una ligera sensación de consciencia. Estoy soñando y ha sucedido una tragedia, pienso que eso no puede ser, me doy cuenta de que estoy soñando y salgo del sueño. Me reconforta saber que la tragedia era solo parte de la historia del  guionista de mis sueños. Salgo poco a poco. Abro los ojos. Veo el techo de mi cuarto. Estoy rígido como una tabla, boca arriba. Intento incorporarme y no puedo.  Algo me lo impide. Ni siquiera soy capaz de girarme un poco. Me imagino a mí mismo levantándome a lo Nosferatu.

Me viene a la cabeza el despertar de Gulliver y que quizá miles de humanos muy pequeñitos me tienen inmovilizado. Pero no es eso. Hago mucha fuerza y el colchón se mueve pero no consigo levantarme. Llevo mi mano derecha a la espalda, entre el colchón y mi cuerpo,  descubro asombrado que estoy unido al colchón. Parece ser que mi espina dorsal se ha fusionado con el colchón. No podría afirmar donde acaba el colchón y donde empiezo yo.

Me volteo de un lado a otro hasta que caigo al suelo bocabajo al lado derecho de la cama. Me pongo de pié con mucho esfuerzo. Es algo incomodo llevar el colchón a cuestas, pesa. Abro la puerta de mi cuarto y al intentar pasar a través de ella, me quedo medio-encajado. Por fin, lo consigo. Me muevo por la casa con bastante dificultad. Pienso que debería conseguir una sonda porque ir al baño se va a convertir en algo complicado, lo estoy viendo venir. ¿Y en la ducha? Cuando el colchón se mojé pesará más y más. Llamo al trabajo y miento, digo que no puedo ir, no me encuentro bien, estoy un poco “suelto” del estomago y lo mejor es que me quede abrazado a la taza del wáter a ver si se me pasa. Vuelvo a la cama (bueno, al somier). Allí tumbado es como mejor se está. Me vuelvo a dormir.

Al despertarme (otra vez) descubro que ya no tengo el colchón pegado a la espalda sino que finalmente me he transformado yo mismo en colchón. Al ver mi colcha pienso que he tenido poco gusto. Debería darme una vuelta por algún gran almacén por la sección de ropa de cama y probarme varios conjuntos. ¿Qué tal me queda esta bajera con el edredón de cuadros?

No puedo moverme en absoluto, si acaso combarme un poco. Lo justo para poder abrazar la almohada. Pienso que he hecho muy bien en llamar al curro porque ahora sin brazos ni piernas sería más complicado. Por fin tengo la tan ansiada vida contemplativa que tantas veces he deseado. Veo atardecer mirando cómo la luz se va extinguiendo contra las paredes de mi habitación. No tengo hambre, ni frio, ni tengo que  ir al baño. Ninguna necesidad vital, sólo abrazar la almohada.  Me está entrando un sueñito de no hacer nada….

Me despierto, hago ademán de incorporarme y me doy en la frente con las tablas del somier. Estoy debajo de la cama y vaya, tengo manos y pies!  ¿Cuánto tiempo he dormido? Me arrastro (casi repto) fuera de la prisión que forman las cuatro patas de la cama y el colchón. Me pongo de pie, estoy contento de recuperar mi forma humana.  Hago unos ejercicios de estiramiento, me doblo hacia adelante y hacia atrás y oigo el rechinar de los muelles del colchón en mi espalda. Palpo la cama y siento una columna vertebral.  Qué extraño…