Merluzeando

Hay una nueva vecina en mi comunidad, es rubia y parece que es extranjera. Rusa o polaca o yo qué sé porque no suelta palabra. Me la suelo encontrar en el portal, siempre la saludo y siempre me encuentro la callada por respuesta. Creo que no entiende nada y que es muy tímida. Eso sí, gorda como una mesa camilla. Es inmensa. A pesar de su gran peso y enormes proporciones, ella es muy coqueta, su forma de vestir es muy afrancesada, con mucho gorrito y mucho pañuelo al viento. A veces lleva un jersey rosa de hilo, parece muy esponjoso, como de osito de peluche, y da la impresión de ser muy fino. Tiene pinta de tener una suavidad increíble. Y además, la forma que desprende el jersey hace intuir que va sin sujetador, y que tras esa tela se encuentran dos indomables tetas con pezones como campurrianas.

Hoy me la he cruzado en el portal otra vez, y otra vez llevaba el jersey rosa, pero en esta ocasión hemos ido juntos en el ascensor. Le he preguntado que a qué piso iba pero no ha soltado prenda. Al ser tan gorda, ocupa mucho espacio, y el ascensor no es muy grande que digamos. Sólo su olor ya ha encendido la maquinaria, no era un olor de perfume, era olor de cuerpo, natural, sin camuflajes finos. Pero es que además sus tetas estaban realmente muy cerca de mí y parecía que eran ellas las que me miraban a mí.

El ascensor seguía subiendo y yo sabía que mi tiempo se acababa, sabía que tenía que tomar una decisión y actuar rápidamente para llevarme una teta a la boca antes de salir de aquel metro cuadrado. Debía lanzarme, ahora o nunca.

Cuando estoy a punto de lanzarme y agarrar su balconada, noto un contacto en la entrepierna, su mano acaricia con fuerza la tienda de campaña que se ha montado en mi pantalón. Sus dedos suben y bajan con firmeza dando forma a mi Cid-pote. Yo me quedo paralizado unos segundos, la miro y veo en sus ojos la líbido de una ninfómana en el corredor de la muerte. Estoy a punto de explotar y soltar todo el chorromoco en los calzoncillos en ese instante!!!

El ascensor llega entonces al tercer piso (donde yo vivo) y al parar da un pequeño bote que ambos interpretamos como el silbato que da comienzo al partido. Le levanto el jersey y le sobeteo el melonar mientras ella, me mete la mano dentro del pantalón y me la sacude. De repente, me empotra con violencia contra el espejo del ascensor y en un instante tengo los pantalones por los tobillos. Se pone de rodillas y empieza a trabajarme los bajos. Qué bestia!! Me voy a ir en seguida!! Ya llega, noto como mis soldaditos viajan por la Vía Láctea dispuestos a conocer el mundo exterior. Ella me mira desde abajo y ve que estoy “a punto”. Se aparta un poco y empieza a machacármela a una velocidad supersónica.

Es, en ese momento, cuando la puerta del ascensor se abre y mi vecina de al lado, una vieja enana y medio ciega, aparece en escena para llevarse un latigazo lechoso en la cara!!

Zas!!