Merluzeando

Por las mañanas trabajaba en Telecuore y por las tardes en el Canal 43. En ésta última cadena conocí a un puñado de buenos amigos y también a los jefes más inútiles del planeta. Allí, como ya he comentado en otras historietas, hacíamos un programa de variedades por el que desfilaban muchos personajes de la farándula.

Antes del programa hacíamos, lo que se llama, una reunión de escaleta. Allí, el director nos daba la escaleta (una hoja de papel donde viene toda la información del programa: empezamos con una llamada, luego va el video de tal, luego la entrevista, etc…) Comentábamos la escaleta allí todos, consultábamos dudas y tal.

Yo mientras iba apuntando en mi escaleta lo que me hacía falta en cada momento. En esto que el director del programa, delante de todos me dice:

–          Pero Merluzo, ¿Para qué apuntas cosas en la escaleta si luego durante el programa ni la miras?

Me sentó “a hostias”. Así que sin decir nada cogí la escaleta, hice un burruño con ella hasta que quedó reducida a una bola de papel y se la le tiré con desdén.

La pelota de papel le dio en plena cara, rebotó en la mesa y finalmente cayó al suelo.

El director se quedó petrificado. Hubo un silencio tenso. Un duelo de miradas entre los asistentes. Si hubiera sido un “western”… Habría una sucesión de planos de las miradas de uno y otro. De la cartuchera de uno y otro. De pronto, uno desenfundaría, se escucharía un disparo silbando el aire y uno de los dos se daría una media vuelta para caer de bruces contra una mesa que se partiría en dos. El que disparó primero se marcharía del bar lentamente, mientras se escuchan las espuelas a cada paso, y pasando por la mítica puerta de los bares del Oeste.

En vez de eso, le aguanté la mirada y salí en silencio de la sala de reuniones.

Lo mejor de todo es que después del programa, el director se acercó a mí y me pidió perdón. Me dijo que no tenía por qué haberme dicho eso y que cada uno hace el trabajo a su manera y que hay que respetarlo.

Vaya tela. En vez de despedirme por mi mala conducta, mi arrogancia y mis aires de grandeza, encima me pidió perdón. Todavía no me lo explico.

En fin  amiguillos, que no me enorgullezco de lo que hice. Para mí, tener carácter no es hacer lo que hice. Tener carácter es tener un mal día y no pagarlo con los demás. Pero ese día me quedé más a gusto que el copón.