Merluzeando

Esta historia es la historia de una humillación.  Esta es la historia de mi primer rechazo. Luego ya ha habido muchos más, obviamente. Tengo una colección de calabazas en la despensa de mi memoria.  Pero al igual que pasa con el sexo, la primera vez es siempre catastrófica y fatal, pero con el tiempo acabas por verlo todo con un punto entrañable.

Bueno, os pongo en antecedentes. Tenía yo unos quince años (un merluzillo preadolescente) y en mitad del curso vino una chica nueva a nuestra clase. Como os podéis imaginar, fue la sensación. Además, en esa época empezaban a salirle a las chicas unas protuberancias que a nosotros nos llamaba poderosamente la atención. No eran tetas, propiamente dichas, eran bultitos que anunciaban que si dejabas que el tiempo hiciera su función, más pronto o más tarde allí habría dos peras limoneras. Resumiendo, en esa época había “las chicas a las que les empiezan a salir tetas” y “las que no”. Pues la chica nueva era del primer tipo. Claro, esa suma de factores (novedad más protuberancias) hizo que de pronto todo el género masculino de mi clase estuviera colado por ella.

Yo, obviamente, no fui la excepción. Y pensé que, en cualquier momento, alguno de clase se lanzaría y le pediría salir, ella le diría que sí,  y entonces ya sería imposible hacerse con ella. Pensaba que el tiempo jugaba en mi contra. Casi lo veía como una carrera, el primero que llegara a la meta se llevaría el premio. Es decir, el primero que se atreviera a pedirle salir, se llevaría el gato al agua.

Así pues,  a los pocos días de que llegara la chica nueva, me armé de valor y en un recreo me acerqué a ella y allí, en medio de un campo de fútbol de tierra. Le dije la fatídica frase: ¿Quieres salir conmigo?

Ahora, vamos a darle al Pause mentalmente y vamos a congelar este momento porque quiero haceros a vosotros, queridos amiguillos, una pregunta:

Si tú eres un chico inocente y tontorrón de quince años y te gusta una chica de tu clase, y un día en el recreo le pides “salir”… ¿cómo podría ella responderte para que fuera realmente una respuesta demoledora?

Os dejo pensando unos instantes…

¿Ya? ¿Lo tenéis?

Bien, continúo con la historia. Volvemos a darle al Play:

… y allí, en medio de un campo de fútbol de tierra. Le dije la fatídica frase:  – ¿Quieres salir conmigo?

Ella me miró incrédula y me respondió: – ¿Es una broma, verdad? ¿No lo estarás diciendo en serio?

Se dio la vuelta y se marchó.

¡¡¡Ni siquiera se lo planteó!!! No es que me rechazara, es que me ignoró. Es que ni se dignó a decirme que no. No le podía entrar en la cabeza que un piltrafilla como yo pudiese ni siquiera pensar en que ella podría salir conmigo. ¡¿Cómo podía yo haber tenido la desfachatez de planteármelo siquiera a mí mismo!?

Aquello me destrozó. Para colmo de males, a los pocos días, la chica nueva empezó a salir con uno de mis mejores amigos, haciendo aún más grande mi vergüenza y mi dolor. Les veía continuamente ir de la mano y darse piquitos.

Aquel momento, mi primer rechazo, me creó un trauma que cristalizó en que durante mi adolescencia me volví tímido y era incapaz de decirle a una chica que “me gustaba”, por no hablar de lanzarme a los morros directamente…