Merluzeando

El otro día pillé un gripazo espectacular. Fui a currar y cuando llevaba como una hora allí me di cuenta que estaba haciendo el idiota. Tenía frío, sudores, fiebre, mocos, estornudos…. Me fui al despacho de la jefa, le dije que no me encontraba bien y me fui a casa.

El viaje en autobús de vuelta a mi casa fue un auténtico horror. La fiebre llegó allí a las cotas más altas, me empezaron a dar temblores y escalofríos… Sentado frente a mí, había un hombre leyendo el periódico, llevaba gafas de sol oscuras y gabardina beige. Me llamó la atención porque llevaba el pelo teñido. Se le notaba mucho, tenía algo de barba blanca y el pelo negro azabache brillante. Pensé que para eso, o te tiñes la barba también o no te tiñes nada, porque quedaba raro.

Al final, ese hombre se bajó en la misma parada que yo y subió la misma calle que yo. Íbamos casi a la par. En mi paranoia febril, pensé que me seguía y que lo del tinte era para que no le reconociera, como si fuera un agente de la T.I.A. con un disfraz cutre.

Ya estaba llegando a mi casa cuando pasé por delante de una sucursal de Bankia. Veo esta sucursal todos los días, pero ese día vi en el escaparate un cartel publicitario enorme en la que salía una familia feliz y un texto que rezaba ilusión y confianza. Me vino a la cabeza imágenes de gente desahuciada, las preferentes, las sonrisas burlonas de Rato y Blesa, las tarjetas Black, gente pegándose una vidorra a base de engañar a los que tienen menos. Estos usureros todavía tenían la desfachatez de seguir vendiendo productos financieros y poner familias felices en los anuncio mientras ves por la tele cómo deshacían a familias enteras. Estos usureros se quedan con los pisos y las familias siguen con la deuda. Pisos vacíos y gente en la calle sin tener donde vivir.

Me invadió una rabia tremenda y sin ni siquiera pensar en lo que hacía, absorbí todos los mocos que pude por la nariz, los expulsé por la garganta con un sonido gutural asqueroso y solté el escupitajo más grande conocido por el hombre contra aquél cristal y ese anuncio de Bankia. Un latigazo verde del tamaño de un cinturón se quedó pegado al escaparate e iba bajando lentamente por el cristal.

Siguiendo con mis delirios febriles, pensé que el color verde de mi pollo iba muy bien con los colores de Bankia. Miré orgulloso el latigazo verde de flema que había dejado en el escaparate y seguí mi camino.

De repente, me encontré con la mirada de desaprobación y asco puto de aquel hombre con el pelo teñido. Yo le miré con aire desafiante y a punto estuve de decirle: ¿Y tú qué miras?”  Pero no lo hice y seguí mi camino.

Llegué al portal de mi casa y metí la llave en la cerradura. De pronto, sentí otra vez la presencia de aquel extraño detrás de mí. Abrí la puerta y pasó detrás de mí. Llegamos los dos juntos al ascensor y cuando fui a dar al pulsador del piso le pregunté: ¿A qué piso va? A lo que él me respondió: Yo voy al cuarto, como tú.

Entonces lo entendí todo. Era mi vecino de la puerta de al lado. Le conozco de sobra, pero se había teñido el pelo y supongo que mi fiebre no me dejó ver más allá. En el ascensor, pude notar cómo le repugnaba lo que acaba de hacer. Había visto en primera fila cómo lanzaba el gargajo contra el banco y ahora me estaba juzgando en silencio.

Llegamos al cuarto piso y cada uno fue a su puerta. Adiós. Adiós. Sin más….

Ahora siempre que me cruzo con mi vecino en el rellano, me dan ganas de contarle que yo no suelo escupir, que aquel día tenía fiebre, bla bla bla. Pero soy de los que piensan que “la mierda cuanto más se mueve, más huele”, así que no le digo nunca nada y sólo trato de ser educado.

No escupo nunca, es una cosa asquerosa, odio cuando veo a alguien en la calle que lo hace pero… aquel día se me fue la cabeza. Soy culpable. Lo confieso, Señoría.