Merluzeando

Yo era un joven Merluzo y la posibilidad de mojar el churro oteaba en el horizonte. Aquella noche podría ser “la noche”, así que debía estar preparado. Tenía que ir a  comprar condones (del latín: espermatorum chubasquerum).
No lo había hecho nunca y la verdad es que me daba mucha vergüenza.

Pensé que lo mejor sería no tener ningún trato humano, así que mi primer intento fue en una máquina expendedora que había en la calle. Pronto descubrí que la máquina lo único que hacía era tragarse el dinero pero no escupía condones. Creo que los fines de semana los borrachos la molían a patadas…

Luego encontré una máquina de tabaco en un bar que entre los botones Fortuna, Marlboro, etc. había uno que ponía escrito a mano: preservativos.
Pero cuando salió el paquete de condones no me inspiró ninguna confianza. Se llamaban FAMILY. ¿Cómo pueden llamar a una marca de condones FAMILY? ¡Si es justo lo que no quieres! ¡Es como llamar a una marca de neumáticos: PINCHAZO!
Los tiré directamente.

Después de mis dos intentos fallidos, pensé que comprar condones formaba parte de mi crecimiento personal y que mi camino hacia la vida adulta debía pasar por ese momento. No podía evitarlo. Así que me até los machos y fui con paso firme a la primera farmacia que encontré:

–Hola, quiero una caja de preservativos.

– ¿Cómo los quieres? ¿Con estrías? ¿Con sabores? ¿Con efecto retardante? ¿Con sensación calor? ¿Una caja de seis? ¿De doce? ¿De veinticuatro? ¿Control? ¿Durex?

Me sentí al borde de un precipicio, noté cómo se tambaleaba el suelo a mis pies. No tenía ni idea de lo que me estaba diciendo. Me puse rojo como un tomate y no se me ocurrió otra cosa que salir corriendo y gritando a lo Macauly Culkin en Solo en Casa.

Una vez pasado el mal trago, me recompuse e hice un reconocimiento por las farmacias del barrio. Vi que una tenía los condones en una estantería al alcance de los clientes. No tenía que pedir nada, solo coger la primera caja de condones que viera, llevarla al mostrador y pagar.

Al entrar me sorprendió que la farmacéutica estaba bastante buena: rubia, con el pelo recogido, gafitas estilosas y una cara muy fina.

Cuando llegué al mostrador, ella alargó la mano para que yo le alcanzara el producto escogido pero los nervios me traicionaron y lo que hice fue darle la mano y presentarme:

 – Hola, me llamo Merluzo. – dije tan pancho.

Todo había pasado muy de prisa. De repente me di cuenta de mi estupidez. Ella me miró ojiplática y me dieron ganas de volver a salir corriendo otra vez. Pero en vez de eso, aguanté estoico la vergüenza y superé mis miedos. Me disculpé, le alcancé la caja de condones, hicimos el intercambio monetario y salí de allí triunfante con la caja de condones.

Después de esta traumática experiencia guardé los condones en el cajón donde mezclaba comics de Batman y revistas porno a partes iguales. Los puse encima de todo. Pensaba que si a mis padres les daba por hurgar en ese cajón, la caja de condones sería suficiente dosis de realidad en un día y no seguirían mirando en ese cajón.

Esos pobrecitos condones estuvieron recluidos en ese cajón más tiempo de lo que yo esperaba. Desgraciadamente.