Merluzeando

Una de las frases más repetidas después del debate del pasado lunes en Antena 3 fue que a quien más se echó de menos fue a Mariano Rajoy, que por extensión recibió el premio al gran perdedor. No fue mi caso; a Mariano no le eché de menos. Sé apreciar el esfuerzo de la gente, y más cuando el tiempo es muy limitado. ¿Quién no haría lo mismo ante la difícil elección de ir a un debate que van a ver nueve millones de potenciales votantes, o estar haciendo el ganso intentando recoger siete u ocho votos de esa nueva raza peluda que se ha denominado “hipsters”?

A quien eché de verdad de menos fue a Mercedes Milá; la única pieza, en el sentido más amplio, que faltó en un circo político y mediático que lleva muchos meses devorando los espacios de radio, televisión y prensa. Digo “la Milá” porque la precampaña y campaña se han convertido en un Gran Hermano de manual: candidatos cocinando, corriendo, paseando, intentando encender una vitrocerámica, bailando, jugando al dominó o al futbolín, aguantando a Pablo Motos, montando en bici, visitando a María Teresa Campos… es decir, actividades que nada tienen que ver con la gestión de un país que no sabe muy bien adónde va.

Y es que esa desconexión entre lo que nos muestran y lo que necesitamos es lo que se vio en el debate. A mí me divirtió, algo que no debería suceder en un evento así. Me divirtió como elemento de ocio, de distracción, como pueden ser también un partido de fútbol, una película o dar un paseo. Pero no supuso ninguna novedad para que el ciudadano oriente su voto a alguna de las cuatro opciones. ¿Por qué pasó esto? Por dos motivos principales: porque llevamos meses escuchando cada día el mismo discurso, y la carrera se les está haciendo muy larga por creer que más apariciones en medios es sinónimo de éxito, y por otro lado, el más importante, porque estos debates no son más que una lucha por el “y tú más” y el “yo menos”, y por una continua definición de problemas que tiene un país, los que ya sabemos de sobra, pero tras la que no hay propuestas de soluciones.

Estamos habituados a escuchar frases como “voy a proponer un pacto de Estado contra la violencia de género”, “tenemos que crear empleo para enriquecer la economía”, “nuestro objetivo es mejorar la calidad de vida de las personas” o “mi primera medida será que no haya una sola persona que se vea obligada a dormir en la calle”. ¿Aportan algo? Nada, porque detrás de esas citas de manual se esconde un “no tengo ni idea de cómo lo haré, pero lo suelto porque el mensaje cala, queda bien ante la cámara y así conseguiré votos”.

Creo que es un error valorar a los candidatos por lo bien que hablan o gesticulan, lo maravilloso que les queda el traje o el vestido, o si sudan más o menos. Nuestra única herramienta verdadera de decisión no son los debates, son los programas electorales oficiales de cada partido. Leerlos, madurarlos, criticarlos, exigir que se cumplan y castigar en caso de no hacerlo, son nuestras únicas armas electorales y democráticas. El resto no es más que pan duro y circo al que asistimos como simples espectadores.

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